ESPECTÁCULO
Violeta Urtizberea: A veces me cuestiono qué estamos haciendo mal pero la vida tampoco es lo que pasa en Palermo

Ella se enciende pensando en hacer el fuego para el asado, servirse un vino y alimentar las brasas mientras escucha una entrevista al Indio Solari. Violeta Urtizberea creció delante de las cámaras y quizás por eso sabe que la verdad siempre está en otro lado.
No se mareó cuando su personaje de Las estrellas picó alto en el prime time, tampoco es una name dropper de todos los exitazos en los que estuvo, léase Graduados, Educando a Nina y Lalola. El año pasado la rompió en Casi muerta, la película protagonizada por Natalia Oreiro que fue una de las más vistas de 2023, y agitó a una calle Corrientes adormecida de comedias livianas con Inferno, esa pesadilla trágica e irónica pergeñada por Rafael Spregelburd.
Ahora vuelve con Una casa llena de agua; la obra escrita por Tamara Tenenbaum que fue un suceso desde su estreno en 2022. En esa pieza, que se repone por cuatro únicas funciones en el escenario de la sala Caras y Caretas 2037, la actriz interpreta a una estudiante que se gana unos pesos cuidando a una beba en los años 90 mientras ve pasar la vida de los otros, la propia y también la nuestra.
Un aplauso para la asadora.
–En "Una casa llena de agua" tu personaje es una estudiante que cuida al bebé de otra mujer y a la vez es testigo de la vida de esos padres. Cuando empezaste a hacerla habías sido madre hacía muy poco, ¿eso te acercó a la obra?
–La obra me llegó en un momento muy especial, a mí me llamó Mariano Tenconi Blanco, que la produce y también había acompañado a Tamara Tenenbaum mientras gestaba el texto. Ya habíamos trabajado juntos pero Lila tenía 4 meses en ese momento y yo estaba en pausa, no sabía qué iba a hacer pero estaba segura de que tenía que ser algo que me diera muchas ganas. Tenía bastante descartado al teatro porque es un tema con una nena chiquita irte de noche de tu casa, así que ni en pedo pensaba que iba a hacer una obra y menos un unipersonal. Era algo que me daba mucho miedo y me parecía un no–plan porque lo más lindo que tiene el teatro es esa comunión con tus compañeros, el camarín, ir a cenar después de la función... todo ese ritual.
Estar sola era como ser un payaso triste, pero cuando leí el texto sentí las ganas, era un desafío. Yo estaba ahí dando la teta y apareció un impulso vital, una conexión con lo artístico que no estaba teniendo, esa chica que cuidaba a una bebé era algo sobre lo que podía hablar, me hizo repreguntarme millones de cosas con respecto al cuidado.
–¿Qué cuestiones te llevó a repensar?
–Eso que uno naturaliza porque no te queda otra; el hecho de que haya alguien en tu casa cuidando a tu hijo y viendo toda la cotidianidad y la intimidad de los que viven ahí. Es una situación muy particular porque, si te ponés a pensar, en general, uno no conoce la casa de sus patrones, por suerte no convive con ellos. Y también está el vínculo de amor que se genera entre mi personaje y la bebé, pero a la vez no deja de ser un trabajo, entonces en cualquier momento se puede terminar.
En el cuidado siempre hay un gesto amoroso ¿cómo no confundirse? Y a la vez, no es una confusión sino una relación que se construye y es real, pero de golpe quizás hay que cortarlo. Eso me emociona y me hace pensar en la capacidad de amar que tiene el ser humano.
–Cuando cuidás a un bebé pareciera que el tiempo se trastocara: dormís poco, hablás sola, mirás algo si te dejan y muchas veces, por qué no decirlo, te aburrís. ¿Podemos hablar de eso?
–Es como decís, a mí me agarraron esos primeros meses en pandemia y al principio todos lo disfrutamos un poco, eran como unas vacaciones, y en mi caso fue espectacular porque no sentía ningún tipo de fomo cuando veía las stories y estaban todos en la misma: ¡encerrados en un departamento! No se envidiaba al otro en pijama, eso era maravilloso, no había una vida mejor que la tuya (nos reímos).
Cuando cuidás a un niño el tiempo se vuelve extraño. En el medio de esos primeros momentos, donde veía muchas series y películas en castellano, estudiaba la letra para Una casa llena de agua, que es un montón, hay que aprenderla como el “Padre nuestro”.
–Cuando hacés una obra en la que no dialogás con otros actores estás más expuesto si llegás a olvidarte de la letra, ¿hay una manera de trabajar eso o solo queda rezarle a Santa Memoria?
–En un monólogo no tenés a nadie que te responda, no hay una lógica de continuidad así que tenés que estudiar, sentar el traste y memorizar. Tenía una chica que me tomaba un capítulo por semana como si diera lección. Por suerte ella era mucho más joven que yo y se ve que se apiadaba y me decía: “¡Muy bien, vamos, te equivocaste solo en una palabra!”. Igual ese momento donde me tocó preparar la obra era ideal para estudiar porque, volviendo a la pregunta anterior, yo tengo un recuerdo que es un poco cruel de aburrirme en esos primeros tiempos del bebé. Hay otra gente a la que le encanta jugar a apilar dados, qué sé yo... pero a mí no, ¡llámenme cuando podamos charlar!
Ahora que Lila habla me parece superdivertido estar con ella, tiene cuatro años y nos cagamos de risa, está descubriendo el mundo y se pone divertido de verdad. Cuando Lila era bebé quería leer libros y mi manera de compartir era leérselos a ella haciéndole voces raras como si estuviera contando un cuento infantil, pero era muy gracioso porque se me ocurrió leer Las malas (nos reímos). Imaginate que no combinaba mucho el tono didáctico con esos textos más subidos de tono.
–Julieta Zylberberg, Martín Piroyansky, Martín Slipak, Santiago Korovsky y vos son actores generacionales y todos se formaron con Nora Moseinco, ¿cuál es el secreto de Nora?
–Yo siempre recomiendo mucho a Nora, sobre todo como primera docente porque ese primer vínculo teatral es espectacular, ella es muy del disfrute. Es lo mismo que veo en Rafa Spregelburd, que es un megaintelectual; todo lo que habla tiene una intertextualidad impresionante pero, a la vez, es el rey de la boludez, quiere que la pasemos bien en los ensayos, si agregamos chistes él está recontra a favor y es esa combinación entre la alta intelectualidad y el disfrute lo que lo hace maravilloso. Nora tiene eso mismo, se muere de risa, te arenga para que saques toda tu creatividad.
Hay colegas que provienen de otras escuelas donde lo artístico está más vinculado al padecimiento, cada uno encuentra su propio método y está bueno hacer un poco de todo, pero para mí las cosas salen mejor cuando hay goce.
–En la obra hay una referencia a "La Sirenita" y yo tengo la teoría de que Disney es el verdadero influencer de nuestro imaginario, ¿volviste a esas películas con tu hija?
–Sí, la veo a Lila repitiendo cosas de mi generación y pienso “pero che, no avanzamos nada”. Ayer teníamos una discusión porque ella me decía “tiene pelo largo, por eso es mujer; si me cortan el pelo voy a parecer un varón” y yo le explicaba que las mujeres y los varones pueden tener pelo largo o corto, pero no había caso.
No sé si el imaginario cambió tanto, uno cree que sí y después te das cuenta de que no. Le gusta todo lo rosa, lleno de brillos y yo le compro eso porque le gusta así que no sé si es el huevo o la gallina. Ella consume las películas de Disney y me doy cuenta de que las de ahora tienen una curaduría un poquito mejor, ni en pedo está eso de que se casan porque se vieron cuando la princesa perdió el zapatito y se enamoró de uno con el que ni charló. Pero igual hay muchas cosas que en el fondo siguen como antes, a veces me cuestiono qué estamos haciendo mal pero la vida tampoco es lo que pasa en Palermo.
–La última: tengo curiosidad de saber qué se ve y qué se escucha en la familia de un músico y una actriz...
–Bueno, estamos bajo la tiranía de Lila, se ve Frozen y se escuchan las canciones que ella quiere, que ni siquiera son infantiles, ahora es esa que está de moda, la de la morocha que se muere de ganas, la pone 70 veces y de pronto se engancha con una de El Kuelgue y por suerte no nos quema tanto la cabeza.Cuando estamos solos con Juan [Ingaramo], la música para nosotros la maneja él, yo soy más de escuchar podcasts de entrevistas, como Caja Negra y La Cruda, también esos especiales como el de “La One” o cómo hicieron Jessico los Babasónicos. Pero me siento muy burra con el tema de la música, no conozco todas esas bandas chetas, cuando me preguntan por una canción no sé qué contestar ¡voy a decir esa de la morocha y listo!
Por Marcela Soberano. (Página 12).
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